La fragilidad es la forma más morfológica de determinar el ser del ser humano. La sociedad crea guerreros, soldados, que al final del día lloran y se retuercen. Se conectan desde su soledad. Desde ese inmenso abismo que es la conciencia del ser frágil.
El reflejo del deseo de no estar solos es la confirmación de que a partir de saberlo se está. Se es a partir de la memoria. Se es a partir del vivir lo que se siente. Se siente porque uno es humano. Y de la misma raíz nace la fragilidad del sentirse expuesto a los sentidos. La realidad que se crea no coincide muchas veces con lo que uno cree que es.
Vivimos confundidos porque la violencia se disfraza de cinismo, el amor se camufla con diferentes intereses, las relaciones vacías intentan llenar un vacío, que ya está lleno de vacío. Entonces la sociedad disimula el vacío que ofrece el abismo de la fragilidad, premiando al fuerte y postergando al sensible. Pero la paradoja reside ahí en que el fuerte es frágil y el frágil fuerte, precisamente por eso.
Y así evoluciona el ciclo social. Avanzando hacia un territorio insensible que se llena de la sensibilidad, que sin querer fluye entre la gente. Creciendo de manera autónoma, anónima, silenciosamente. Es en esa ciudad sin nombre, en ese barrio sin voz, entre esa gente disfrazada de guerreros y soldados, donde lo frágil rompe el silencio, levanta la voz de los silenciosos y crea un nuevo paradigma. El de los sentidos y sentimientos, el de la forma morfológica más afín a la esencia humana. Porque ser frágil es una capacidad. La capacidad innata de sentir, de ser humano.
El reflejo del deseo de no estar solos es la confirmación de que a partir de saberlo se está. Se es a partir de la memoria. Se es a partir del vivir lo que se siente. Se siente porque uno es humano. Y de la misma raíz nace la fragilidad del sentirse expuesto a los sentidos. La realidad que se crea no coincide muchas veces con lo que uno cree que es.
Vivimos confundidos porque la violencia se disfraza de cinismo, el amor se camufla con diferentes intereses, las relaciones vacías intentan llenar un vacío, que ya está lleno de vacío. Entonces la sociedad disimula el vacío que ofrece el abismo de la fragilidad, premiando al fuerte y postergando al sensible. Pero la paradoja reside ahí en que el fuerte es frágil y el frágil fuerte, precisamente por eso.
Y así evoluciona el ciclo social. Avanzando hacia un territorio insensible que se llena de la sensibilidad, que sin querer fluye entre la gente. Creciendo de manera autónoma, anónima, silenciosamente. Es en esa ciudad sin nombre, en ese barrio sin voz, entre esa gente disfrazada de guerreros y soldados, donde lo frágil rompe el silencio, levanta la voz de los silenciosos y crea un nuevo paradigma. El de los sentidos y sentimientos, el de la forma morfológica más afín a la esencia humana. Porque ser frágil es una capacidad. La capacidad innata de sentir, de ser humano.