Atravesamos un período de ansiedad generalizado. No hay tiempo, se busca el éxito rápido, y la fama y los seguidores ofrecen aquello que los valores más sólidos no alcanzan a completar. Lo efímero se está imponiendo en una batalla silenciosa de valores. Es un mal pasajero o, tal vez, menos temporal de lo que creemos pero, en cualquier caso, está aquí, entre nosotros.
El acceso mediático global está propiciando que cualquiera pueda compararse con las personas más importantes del mundo. Estamos siendo protagonistas de una revolución comparable en alcance con la revolución industrial de los siglos XVIII y XIX, aunque mucho más vertiginosa que ésta. En un periodo de tiempo extremadamente breve las nuevas tecnologías de la comunicación han dado lugar a un nuevo sistema que ha cambiado en profundidad la cultura y la economía a nivel global.
Ahora, las etapas se comprimen y los modelos cambian y generan nuevas oportunidades y también nuevas ansiedades. Es el caso de la valoración que se hace de la juventud en los medios de comunicación o de las historias sobre grandes logros a muy temprana edad . Este tipo de modelo hace que la gente tema que aquello que no han logrado antes de los 40 años deje de ser realizable y valioso a partir de entonces. Una idea aumenta esa incertidumbre de la que hablamos y desvaloriza las carreras tradicionales, que precisan de mucho tiempo para evolucionar y no siempre conducen a un éxito financiero espectacular, ni a la fama en la mayoría de ocasiones.
¿Es la civilización una carrera entre la educación y lo superfluo?
Esta ansiedad, mezclada con la presión social y sumada a la necesidad de mostrar resultados inmediatos propicia una búsqueda constante del triunfo a corto plazo. En este nuevo contexto podemos ver cómo individuos “corrientes”, como cualquiera de nosotros, se hacen famosos en nada de tiempo. Valores como la investigación en el conocimiento o la contribución a la mejora de la sociedad están menos claros en nuestra sociedad de lo que nunca lo han estado anteriormente. O casi nunca, por no ser tan lapidarios.
Si no acabamos con la ansiosa superficialidad, corremos el riesgo que ella acabe nosotros.
Todos nos comparamos con los demás. Pero necesitamos concienciarnos de que si medimos nuestra propia valía a partir de criterios comparativos, como la riqueza y la fama, estamos condenados a vivir en una frustración constante.
El camino pasa por sentir que uno está viviendo de manera auténtica su propia vida, que existe una lógica inherente a nuestro propio desarrollo, así como que nuestra contribución al mundo es evolutiva y creciente. Esta contribución nunca puede ser evaluada con mediciones comparativas.
Muchas personas buscan el alivio a la ansiedad en libros de auto-ayuda sin base científica, que prometen el logro de los objetivos prefijados de forma fulgurante; o en libros de “felicidad pop” que aseguran el acceso instantáneo a una felicidad duradera. Todo esto es charlatanería y fomenta la decepción.
La realización profesional requiere de mucho trabajo. Nadie espera quedar satisfecho con el esfuerzo de tan sólo unos días. La educación no debería orientarse únicamente hacia la obtención de una carrera exitosa en tiempo récord, sino también hacia cuestiones fundamentales acerca de los valores y verdades que se han perdido en los últimos tiempos, y que necesitan ser re-establecidas. Es un proceso para toda la vida, que debería ser valorado y disfrutado. El hombre es una criatura curiosa y creativa y ambas cualidades desmienten la idea de que no es posible cambiar las cosas.
Ahora, las etapas se comprimen y los modelos cambian y generan nuevas oportunidades y también nuevas ansiedades. Es el caso de la valoración que se hace de la juventud en los medios de comunicación o de las historias sobre grandes logros a muy temprana edad . Este tipo de modelo hace que la gente tema que aquello que no han logrado antes de los 40 años deje de ser realizable y valioso a partir de entonces. Una idea aumenta esa incertidumbre de la que hablamos y desvaloriza las carreras tradicionales, que precisan de mucho tiempo para evolucionar y no siempre conducen a un éxito financiero espectacular, ni a la fama en la mayoría de ocasiones.
¿Es la civilización una carrera entre la educación y lo superfluo?
Esta ansiedad, mezclada con la presión social y sumada a la necesidad de mostrar resultados inmediatos propicia una búsqueda constante del triunfo a corto plazo. En este nuevo contexto podemos ver cómo individuos “corrientes”, como cualquiera de nosotros, se hacen famosos en nada de tiempo. Valores como la investigación en el conocimiento o la contribución a la mejora de la sociedad están menos claros en nuestra sociedad de lo que nunca lo han estado anteriormente. O casi nunca, por no ser tan lapidarios.
Si no acabamos con la ansiosa superficialidad, corremos el riesgo que ella acabe nosotros.
Todos nos comparamos con los demás. Pero necesitamos concienciarnos de que si medimos nuestra propia valía a partir de criterios comparativos, como la riqueza y la fama, estamos condenados a vivir en una frustración constante.
El camino pasa por sentir que uno está viviendo de manera auténtica su propia vida, que existe una lógica inherente a nuestro propio desarrollo, así como que nuestra contribución al mundo es evolutiva y creciente. Esta contribución nunca puede ser evaluada con mediciones comparativas.
Muchas personas buscan el alivio a la ansiedad en libros de auto-ayuda sin base científica, que prometen el logro de los objetivos prefijados de forma fulgurante; o en libros de “felicidad pop” que aseguran el acceso instantáneo a una felicidad duradera. Todo esto es charlatanería y fomenta la decepción.
La realización profesional requiere de mucho trabajo. Nadie espera quedar satisfecho con el esfuerzo de tan sólo unos días. La educación no debería orientarse únicamente hacia la obtención de una carrera exitosa en tiempo récord, sino también hacia cuestiones fundamentales acerca de los valores y verdades que se han perdido en los últimos tiempos, y que necesitan ser re-establecidas. Es un proceso para toda la vida, que debería ser valorado y disfrutado. El hombre es una criatura curiosa y creativa y ambas cualidades desmienten la idea de que no es posible cambiar las cosas.