Las bandas narcos "protegen" a docentes de las escuelas de la Ciudad de Buenos Aires
Un increíble "pacto de convivencia" en el sur de la ciudad de Buenos Aires: los maestros no los denuncian y los "soldados" narcos "contienen" a la delincuencia común.
El episodio significó la mejor metáfora de un pacto tácito entre dos mundos antagónicos: hace meses, el director de una de las escuelas del barrio de Bajo Flores – las más peligrosas de la Ciudad - fue sorprendido en la puerta del establecimiento por un chico que intentaba robarle, pero antes de que pueda hacerlo, estacionó un automóvil Peugeot con cuatro civiles con armas largas. El ladrón entró en pánico y se dio a la fuga. El auto lo escoltó hasta la esquina y se perdió dentro de la villa.
Estupefacto y sin entender la escena, el director fue a hacer la denuncia a la comisaría de la zona y la respuesta fue aún más inesperada. Cuatro “soldados” de una banda narco de la "Villa Miseria" 1.11.14 –el barrio marginal que más crece– lo habían salvado de un ratero.
Fue el comienzo de una relación inusual, aún incipiente, pero que crece: los dueños de las cocinas de droga más estructuradas y organizadas de la Ciudad comienzan a cuidar a los maestros de sus hijos con su poder parapolicial.
“Los docentes lo empiezan a vivir como una sana convivencia, se sienten más protegidos por las brigadas narco que por la comisaría”, analiza uno de los funcionarios de seguridad del Gobierno porteño que más conoce el Bajo Flores, preocupado por el explícito reemplazo de la Policía Federal por parte de los comandantes narco, que paulatinamente toman el control de la zona.
Aquellos que tejen las políticas de seguridad porteñas comparan lo que sucede en el barrio con el fenómeno brasilero de favelización. A medida que avanza su poder territorial, por una cuestión natural, comienzan a reemplazar al Estado.
Manejan la zona, crean economías paralelas, toman las decisiones y también ofrecen “seguridad” a cambio de evitar conflictos y nuevas denuncias.
Matías Molinero, subsecretario de Seguridad porteño aclaró: “Hemos mantenido reuniones con los maestros y los vecinos y sabemos que hay una problemática de ese tipo, por eso estamos trabajando para solucionarlo”.
En las escuelas y jardines de infantes que rodean la 1.11.14, estudian esencialmente chicos de ese barrio porque las familias un poco “más acomodadas” de los barrios lindantes (Rivadavia e Illia), mandan a sus hijos a colegios de barrios contiguos menos conflictivos.
Entonces, la mayoría de los educadores de esas escuelas aprenden a convivir con chicos con otro tipo de problemas. Una maestra (que, por miedo, pidió no ser nombrada) recordó que hace poco tuvo inconvenientes con un alumno, que con lo ojos inundados de lágrimas le confió que había perdido “una entrega” que le había dado su padre y que eso le iba a traer serios problemas. Esa “entrega” era droga y el chico era usado como mula para comercializarla. Y no es el único.
“Quieren que no haya problemas en la zona, que los maestros no se quejen de los delitos, porque eso atrae a las fuerzas de seguridad y terminan perdiendo, entonces comienzan a ofrecerles protección”, confirma otro funcionario porteño.
Otro maestro, que tampoco quiso dar su nombre por temor a represalias, fue claro: “A pesar de que la Federal acá no está, los que manejan la zona (narcos) nos respetan, no se meten con nosotros y sabemos que nos ciudan porque sus hijos estudian acá”.
El problema de fondo es el crecimiento estructural de la delincuencia en la zona y el avance de los chicos que, totalmente perdidos por el paco, atacan a los maestros. Los “punguean” antes de entrar al colegio y hasta les han pegado a varias maestras (ver recuadro). Algunos, incluso, regresan al otro día de robar y piden perdón tras reconocer que estaban cegados por los efectos de la pasta base o excitados por el consumo de cocaína.
El propio jefe de la Policía Metropolitana, Eugenio Burzaco, reconoce que “el avance narco es cada día más grande y preocupante en el Bajo Flores”. Por eso, y tras reiterados pedidos de los docentes, tuvieron que acercar varias combis de la Policía comunal para que los transporten desde la peligrosa salida escolar hasta alguna terminal de subte o colectivo.
Hace un par de meses, un oficial de seguridad privada de un jardín cercano a la villa fue asaltado antes de llegar a su trabajo, le robaron el arma, menos de cien pesos y se fueron caminando. A los pocos días, los vio en la puerta del colegio, con total impunidad: fuman paco a pocos metros un jardín de infantes.
El legislador Tito Nenna se preocupa: “Estamos tratando de que los jóvenes no sean cooptados por los sectores narco. Hay que darles oportunidades de inserción social”, pidió.
“Los pibes que vienen a estas escuelas son más patoteros, amenazan a las maestras con que va a venir su papá y les va a meter un tiro y ellas se asustan”, comparte una maestra que hace una semana tuvo que llamar al 911 seis veces en el mismo día por la inseguridad.
En el barrio todos coinciden en que el problema se disparó en el último año, cuando el repliegue de la Policía Federal se hizo más notorio. Algo que PERFIL pudo comprobar esta semana cuando, en una recorrida, no pudo distinguir ni un sólo policía.
Tomado de Procedimientos Policiales, http://procedimientospolicialesargentina.blogspot.com/ La fuente original es el Diario Perfil.
Publicado por Andres
Penachino
Publicado
en el foro de Profesionales Latinoamericanos de Seguridad